Cuando nos besamos por la calle, los viejos nos miran.
Cuando el semáforo pinta en rojo y nos detenemos para abrazarnos y mordisquearnos el cuello, también nos miran los viejos.
Y hay en sus ojos un destello de nostalgia, de infinita tristeza, cuando ven en nuestro rostro ciertos rescoldos de inocencia. Inocencia que no sabe de pudores, ni de relojes, ni de arrugas, que no tiene temor alguno y a la vez tiembla de miedo. Que no duda, porque confía, pero a la vez se deshace en interrogantes y con frecuencia pierde el sueño.
Cuando nos cogemos las manos el uno al otro sentados en un banco, y pasan por delante, los viejos nos miran.
A veces con sorna, como burlándose por dentro:
“-¡jajajaja!¡míralos, son jóvenes!”-,
tal y como hacen con ellos los niños crueles:
-“¡buuuh! ¡mira, son viejos!”-
Ay, los viejos, ¡sí, los viejos, los putos viejos!… clavan sus inmensas pupilas en las nuestras, del mismo modo que los alfileres atraviesan las mariposas. -¡Infelices!-piensan unos, ¡dichosos!-piensan otros.
Me consta que en algún lugar, alguien debe tener una extensa colección de belleza hábilmente disecada, inmóvil. Cosas que fueron bonitas en otro tiempo, y que, aún habiendo sido tocadas por la muerte, conservan sus vivos colores.
Nosotros queremos pasar desapercibidos, vivir el romance a solas, pero nos miran. Oyen nuestras risas, ausentes de toda malicia , y ¡nos miran!. Con condescendencia, con envidia, con odio y también con lástima. Nadie mejor que ellos, tan cerca de la muerte, sabe con certeza que todo lo que empieza, acaba. Por muy hermoso, por muy brillante, por muy intenso, tarde o temprano desluce y se queda en nada.
Es durante esas miradas cuando más fuerte apretamos nuestras manos, como retando al desapruebo, al desamor y al desencanto. Y antes de que todos, ¡TODOS!, del más pequeño al más anciano, rompamos a llorar por dentro, nosotros, los jóvenes, nos besamos dulce y pausadamente con los ojos cerrados. Pero aún así, sabemos que siguen ahí.
Nadie, nadie escapa de la mirada de los viejos.
Ni de los alfileres de Dios. Es un experto y voraz coleccionista.