
Cuando alguien me habla de Prozac me acuerdo de mi (ex) novio. Lo tenía todo para ser feliz, y para hacerme feliz, pero el destino quiso soplar en contra y así fue. A raíz de empezar a fumar hachís y tomar algún que otro tripi, desarrolló un cuadro psicótico que degeneró en una esquizofrenia severa, y yo tuve que asistir como espectadora accidental a su progresiva degeneración, a su muerte en vida. Luché por intentar que mejorara, o para evitar que empeorara, pero de nada me sirvió, y poco a poco noté como se iba alejando de la realidad para recluirse en un mundo autista de sombras y paranoias. Hace ya varios años de esto, a veces voy a su casa, a intentar verle, digo intentar porque él se encuentra recluido en su habitación, haciendo dibujos extraños y escribiendo textos que sólo tienen sentido para él. Su madre me cuenta que no sale de casa, porque tiene agorafobia, que no quiere ver a nadie, ni siquiera a mí, porque le da vergüenza que le vea tan hinchado por culpa de la medicación. La última vez que fui se encerró en el baño y echó el pestillo. Así que me quedé en el salón, escuchando los lamentos y confesiones de una madre rota, disimulando mi dolor e intentando insuflarle ánimos. “Se pondrá bien, es cuestión de tiempo…”. Mentira. Nunca se pondrá bien, ya lleva tres años así, lo han ingresado varias veces y no han podido hacer nada, le han cambiado la medicación cien veces y no logran sacarlo del pozo.
Al poco tiempo de dejarlo, porque era una situación insostenible y muy dolorosa para mí, encontré una carta suya en el buzón, una carta que cerraba con estas palabras:
“No se por qué las cosas bonitas acaban de maneras tan tristes, pero si de algo sirven, es para recordarlas”.
Probablemente, sus últimas palabras de lucidez. Pero por más que intento darle un sentido positivo a esta frase, no puedo evitar derrumbarme cuando me viene a la memoria.
Tanto lo bonito como lo horrible se acaba, porque en esta vida todo es pasajero, pero siempre es preferible hacer hueco a los buenos recuerdos y enterrar los que nos han hecho sufrir.Cuando releo la carta de Alex, no me parecen las palabras de un loco, sino la confesión de derrota de una persona sabia, pero débil, que no supo derrotar a su peor enemigo, que en este caso, era él mismo