
-¿Por qué estás siempre triste?
- Es la única pregunta inteligente que me han hecho en mucho tiempo.
Así comenzó todo.
Sabía de sobra que aquello tenía trazas de acabar mal, pero él amaba el riesgo y se precipitó al vacío.
Su padre era maniaco-depresivo, su hermano mellizo también, y el debía haber heredado también alguna tara... Por eso la atracción fue mutua.
Fumábamos marihuana, leíamos a Anaïs Nin y nos decíamos cosas en voz baja. Todo parecía estar impregnado de sentido. Todo y nada.
Me regaló un retablo erótico en blanco y negro que había dibujado en una noche de insomnio. Tenía un trazo suave, firme y elegante, en discordancia con todo lo demás. Porque todo en él era caos, recelo, ruptura y desgarro, pero también belleza. De esto hace ya algunos años...
Lo llevé a casa y lo escondí debajo de unas sábanas, con excitación y miedo, como si se tratara de un tesoro vergonzante. Un día mi madre lo descubrió y lo tiró a la basura. Seguramente le pareció pornográfico.
Las madres...., ¡qué curioso! te engendran en su vientre, sales de su coño empapada en sangre, y luego se pasan la vida intentando coser el tuyo con un hilo imaginario.
Eso sí que resulta verdaderamente obsceno.
Desapareció mi retablo y se esfumó mi vida con él, y para con él. Apenas recuerdo los versos de Anaïs Nin, pero algo he podido rescatar.
Siempre hubo en mí, al menos, dos mujeres
una mujer desesperada y perpleja
que siente que se está ahogando y otra que
salta a la acción, como si fuera un escenario,
disimulando sus verdaderas emociones porque ellas
son la debilidad, la impotencia, la desesperación
y presenta al mundo sólo una sonrisa,
impetu, curiosidad, entusiasmo, interés.
(Anaïs Nin)