Cuando era pequeña, mi padre me cogía de las manos y me hacía volar dando vueltas sobre sí mismo. Si ahora hiciera eso, seguramente se partiría el espinazo y yo me rompería los dientes contra el suelo.
Resulta descorazonador ver como los padres se hacen mayores y envejecen poco a poco, contemplar como van acumulando día a día pequeños achaques.
-Mi padre es el más fuerte del mundo!-Mi madre es la más guapa del mundo! ....gritamos en el colegio a quien nos quiera escuchar.
Ahora es cuando entiendes por qué la gente tiene hijos, porque cuando todo a tu alrededor se marchita necesitas ver crecer algo más que las flores en las macetas.Recuerdo estar sentada con mi madre y mi abuela frente al televisor, una al lado de la otra. Mi abuela, grande y de carnes abundantes, mi madre, algo más delgada, y luego yo. Parecíamos matriuskas, esas muñecas rusas que van las unas dentro de las otras...hasta el infinito. Mi abuela parió a mi madre, mi madre me parió a mí, y yo ahora soy la última en la cadena de las matruiskas, la responsable de perpetuar nuestra línea de
ADN mitocondrial, ese que sólamente pasa de madres a hijas. Dicen que todas descendemos de siete hijas de Eva, de
siete madres:
http://www.revistafusion.com/2007/febrero/report161-2.htmEn cualquier caso, aunque se tratara de una teoría absurda como cualquier otra, pensar que cada una de nosotras es una pequeña matriuska en una cadena de miles y miles de matriuskas resulta mágico.
Cada día se rompen cientos y cientos de esas cadenas, en el momento en que una mujer muere sin haber traído una niña al mundo o bien sólo lo riega con varones.Mi abuela materna, la mayor de las matriuskas, murió hace poco. Al contrario que muchas de las mujeres de su tiempo, estudió una carrera, Farmacia, siguiendo una larga tradición familiar de profesionales entregados a la medicina (y al ejército, pues su padre, su abuelo y varios de sus tíos eran médicos militares), y se casó al poco tiempo con un médico, 14 años mayor que ella.
Mi abuelo tenía los ojos azules, y , en cierta forma, me alegro de no haberlos heredado. Los ojos en tonos azules, grises y violetas, son bonitos, pero me resultan
fríos. Puedes perderte en una mirada así, sobre todo si te asusta el mar, si sientes vértigo ante la visión del cielo. Son inabarcables.En cambio, los ojos en tonos marrones y dorados son
cálidos, seguros, como la tierra que pisamos y donde vamos a ser enterrados, a veces pardos y amarillentos, salpicados de motas verdes como la hierba fresca.
Los primeros fascinan, incitan a perderse, a evadirse, los segundos invitan a quedarse.
En el hospital, mantuvieron a mi abuela con vida durante unas innecesarias horas, enganchada a una máquina que la obligaba a respirar. Como una muñeca, se inflaba y desinflaba al ritmo de aquel aparato infernal. Me recordó a aquel día en que intentamos hinchar una colchoneta vieja y agujereada para bajar a jugar la playa. Soplábamos por turnos hasta desfallecer, y una vez creíamos haberla tensado, volvía a ponerse mustia y blanda poquito a poquito...
Así fue como tiramos la colchoneta pinchada que tantas alegrías nos dio a la basura. Con tristeza. Y así fue como enterramos a mi abuelita, con mayor tristeza aún, porque a una abuela no se la puede reemplazar con otra nueva. Ahora soy la penúltima matriuska.. en realidad la última, y cuando tenga que abrirme en dos entre terribles dolores, sangre y virutas de madera, espero que haya merecido la pena.