martes, noviembre 29, 2005

Bulimia y Prozac

Si me decido a romper silencio, es porque espero que de alguna forma mi testimonio sirva de ayuda para quién esté a punto de caer en esta vorágine absurda. La anorexia y la bulimia tienen solución, pero no os aconsejo que espereis trece años para iniciar un tratamiento, como hice yo, que he perdido y malgastado un tiempo precioso sumergida en este infierno.
No ganais nada manteniendo el vicio en silencio, tan sólo que vaya a más, y quizá para entonces sea demasiado tarde y ya os habreís hecho mucho daño, a vosotras mismas, y a la gente que os quiere. Para la prevención de la enfermedad, es fundamental la colaboración de la familia, que no haya un ambiente opresivo, que los padres eduquen a sus hijos en un clima de confianza, que les den una educación sexual sana, y que no les hagan sentirse avergonzadas de su propio cuerpo. Si teneis pareja debeis confiar en él y hablarle abiertamente del problema, seguro que se convertirá en vuestro mejor apoyo.No dejeis que la bulimia se convierta en una esclavitud. La asociación ADANER os puede informar de manera gratuita sobre vuestra enfermedad y resolver todas vuestras dudas al respecto:
http://web.madritel.es/personales4/raulweb/ADANER/index.htm

Primera parte:
Recuerdo la primera vez que vomité. Fue a los 16 años, unos tortellini con tomate de los que me comí tres platos. Ahora tengo 29, y considero estar “curada” casi del todo, pero mentiría si dijera que la enfermedad no me ha dejado secuelas. Y que tengo recaídas una y otra vez.
Al principio vomitaba de manera esporádica, con ayuda de los dedos o del mango del cepillo de dientes, pero poco a poco comencé a hacerlo todos los días y varias veces, hasta siete en una tarde. Te das el atracón, creyendo que la comida va a llenarte otro tipo de vacíos además del estómago, y enseguida el vaso de agua, la visita al lavabo. Dejas el grifo o la ducha abierta para que nadie escuche las arcadas, pero pronto aprendes a vomitar en silencio, sin ayuda de los dedos, contrayendo el estómago.
También aprendes a llorar en silencio, sobre la tapa del váter, y te prometes una vez tras otra que esa será la última, pero nunca es así. Yo no era lo que se dice una chica gorda, tenía un ligero sobrepeso, pero aún así quería estar más delgada. Tenía mucho pecho, o al menos me lo parecía, y de alguna manera me acomplejaban o me avergonzaban esas curvas. No era sólo el terror a engordar, sino que a ello se unía el terror a ser mujer. Era como si sintiera el peso de una culpa soterrada, luchaba contra mi propio cuerpo, lo castigaba con purgas, laxantes, diuréticos y dietas absurdas. El perfil de la bulímica difiere en muchos aspectos del de la anoréxica, aunque se puede ser ambas cosas. Yo era una persona con un bajo nivel de autocontrol, así que era incapaz de seguir un régimen durante más de tres días.  Comencé también a autolesionarme.
Me golpeaba las rodillas y otras partes del cuerpo no visibles, y me hacía cortes en los brazos con un cutter hasta que la visión de la sangre me tranquilizaba. El dolor físico apaciguaba el dolor psíquico, pero sólo durante unos breves instantes. Cuando mis padres lo descubrieron, pusieron el grito en el cielo y me llevaron al psicólogo. Estuve un año haciendo terapia, y en tratamiento con Prozac (fluoxetina). Me controlaban día y noche, sobre todo mis visitas al baño. Pero en el cuarto tenía bolsas de plástico, vomitaba en ellas y luego las metía en una mochila. Con la excusa de ir a hacer los deberes a casa de alguien sacaba las pruebas del delito y ya en la calle las tiraba a la basura. Logré mejorar pero como quería irme pronto de mi casa y venirme a estudiar fuera mentí para que todos pensaran que estaba curada. Y entonces fue cuando empezó el verdadero infierno. Lejos de la opresividad de mi hogar y el atosigamiento de mis padres, me sentí libre pero a la vez sentí revivir todos mis traumas. Aumenté las dosis de Prozac, que me quitaba el hambre, pero seguía vomitando a escondidas. Empecé a tomar Katovit, decían que en aquellos tiempos (yo ya tenía 19), llevaba algo de anfetaminas. Y lo cierto es que me colocaba, pero cada vez necesitaba tomar más para conseguir el mismo efecto. Estaba siempre como una moto, pero notaba como era una falsa euforia provocada por los medicamentos, de vez en cuando me sentía fuera de control, tenía pesadillas y me despertaba varias veces durante la noche.
Al año y medio tuve mi primer ataque de pánico. Creí que me había vuelto loca, literalmente, y cuando pasó no se fue nunca del todo. Atravesé una crisis nerviosa que duró en su fase aguda varios meses, agravada por un dolor crónico a causa de una fisura en una costilla. No podía dormir, notaba sabores raros en la comida y tenía paranoias de envenenamiento. Se empezaron a suceder los sofocos, los temblores, las crisis de llanto y los pensamientos suicidas. Dejé de tomar prozac, katovit y de fumar ciertas cosas. Pero seguía vomitando, cada vez más veces, a escondidas. Estaba fuera de control, bebía (alcohol) cada vez más, no podía estar sola ni un sólo momento porque tenía miedo de volverme loca.
Mi novio por entonces se comportó como un auténtico santo, estuvo a mi lado todo el tiempo, distrayéndome cuando se acercaban las crisis, consolándome. Muchas veces le llamaba de madrugada porque me venían los temblores y los ataques de pánico, y el pobre se hacía un montón de kilómetros con la bici para venir a mi casa. Pero yo se lo pagué con muy mala moneda, dejándole por otro, y dejando a este otro por otro, y así una y otra vez. Te vuelves profundamente egoísta y desconfiada, paranoica, depresiva, piensas que ya no hay salida, que es un viaje sin retorno, una carrera kamikaze en la que tarde o temprano acabarás estrellándote…Y eso es lo que deseas, estrellarte y morir.
La conducta sexual de las bulímicas se ve alterada con frecuencia, mientras que las anoréxicas tienden al ascetismo, la bulímica suele tener una vida sexual y/o sentimental muy activa, pero no por ello satisfactoria…
Del enamoramiento pasas a la repulsión en unas semanas, o en unos días. Como con la comida, te hartas a comer y luego lo vomitas. Con el sexo y con el amor te sucede lo mismo, de repente se activan extraños mecanismos de aversión y sientes asco incluso de que te toquen. Te sientes culpable, lo intentas olvidar comiendo, mientras comes no piensas en nada, sólo en comer, no hay nada de lo que debas preocuparte… Después, con la purga, sientes como si te hubieras limpiado por dentro, y te juras una y otra vez que mañana será distinto, mañana, siempre mañana, esperas ese mañana como agua de mayo, pero ese “mañana” nunca llega.


Y por cierto, habrá que hacer una asociación de víctimas del Katovit porque ya son varias las personas que me han confesado haber tenido estado enganchadas a la pastillita naranja.

domingo, noviembre 13, 2005

La mujer burbuja


La violaron repetidas veces, no recuerda cuantas, 10? 20? 30?, quizá 40, a la séptima perdió la cuenta.
Al llegar a casa lo primero que hizo fue ducharse para eliminar el olor a sexo que le hacía sentirse tan sucia. Y no se duchó una, sino 10, 20, 30, ó 40, a la séptima perdió la cuenta..., y también le pareció que no se encontraba lo suficientemente limpia.
Estaba sucia, sucia, muy sucia, el hedor la mareaba... Salió a la calle y se fue a la compra. Llenó el carrito de un amplio surtido de jabones, geles de baño, cremas, detergente en polvo, detergente líquido, en pastillas, colonias, perfumes, esponjas, estropajos, de todas las marcas, olores, sabores, con alcohol, sin alcohol, PH neutro...
Llenó la bañera con todo ello y se sumergió lentamente durante horas, durante días, durante años, durante siglos...
Se frotó hasta quedarse en carne viva, se bebió el contenido de los frascos de suavizante, se emborrachó de colonia, esnifó el detergente en polvo...
lava más blanco,
lava más blanco,
lava más blanco!!
Pero ella, aún así, seguía sintiéndose sucia, muy sucia, a pesar de que ya ponía los ojos en blanco, y no tenía a nadie a quien pedir auxilio porque hasta su agenda estaba en blanco.
Ella misma se había quedado en blanco.
Miraba lánguida por la ventana y envidiaba a las palomas blancas. Salía a pasear y se enamoraba de las nubes blancas, de las rayas blancas de los pasos de cebra, de los merengues blancos que le saludaban desde los escaparates de las pastelerías, de los uniformes blancos de las enfermeras...
Y al caer la noche, su pesadilla sin mácula la torturaba... Las palomas blancas le arañaban los ojos, le arrancaban el pelo, las nubes blancas lloraban semen, manchando su vestido blanco. Las enfermeras, con sus batitas blancas, la empujaban con sus manos enfundadas en guantecitos blancos, y la tiraban al suelo, donde las rayas blancas de los pasos de cebra se volvían pegajosas como el merengue y le impedían levantarse.
Lava más blanco, mujer,
lava más blanco,
blanco nuclear (no daña los tejidos).
Las vecinas envidiarán su colada blanca, blanca, impecable, inmaculada. Ella era... un blanco perfecto (para los dardos de la locura).
Aún así, el olor putrefacto del sexo aún la perseguía. (sucia, estaba sucia, cubierta de abominable inmundicia) En un frenético arrebato suicida, corrió hacia el cuarto de baño, se recostó en la bañera, y con un trozo de cristal se abrió las venas. Pero de sus brazos no brotó sangre, sino burbujas, un inmenso río flotante de pompas de jabón.

El amor es un cuento.