domingo, enero 02, 2005

ARTE Y CANIBALISMO

Si es que algunos niños están para comérselos…, y si no, que se lo digan a este artista natural de Shanghai. Zhu-yu , desafiando a la censura y rompiendo el último tabú que se cierne sobre la humanidad, el canibalismo o antropofagia, lleva más de dos años presentando un performance en el que devora parte de un feto de siete meses, que ha sido previamente cocinado. Estas imágenes formaron parte de un documental titulado “Pekín se mueve”, emitido en la cadena británica Channel 4, consiguiendo una audiencia de más de un millón de espectadores. Esta cadena, de corte sensacionalista, también fue la responsable de emitir la autopsia pública que realizó el doctor Von Hagens, que causó no menos controversia. Aunque muchos sostienen que se trata de un engaño efectista, y que el cadáver es un cuerpo de pato con la cabeza de un muñeco, lo cierto es que se trata de un bebé real que nació muerto, y que según él, consiguió en un colegio médico. De hecho hay fotos previas al banquete donde se le puede observar lavando al niño bajo un grifo y preparándolo para cocinarlo. Zhu-yu afirma que ninguna religión prohíbe estrictamente el canibalismo, y que ninguna ley se manifiesta claramente en contra de la ingesta de carne humana. “He aprovechado el espacio vacío entre la moral y la legalidad para desarrollar mi trabajo”-asegura.
Pero la degustación de este banquete incomparable no fue de su agrado, y menos mal, porque si hubiese declarado que le pareció delicioso hubiera tenido aún más problemas. Afirmó que la ingesta de la carne del infante no le resultó agradable, ni mucho menos sabrosa. Al contrario, le supo bastante mal e incluso le produjo arcadas y le hizo vomitar varias veces. La segunda parte de la performance se titulaba “Cerebro enlatado”, y consistía en introducir sesos humanos en recipientes para mermelada. Más tarde, volvió a estar en el candelero con su obra “Skin graft”, en la que cosía un trozo de su propia piel en el cuerpo de un cerdo muerto, en un intento simbólico de sanar el cadáver agregando la piel saludable.(¿?). Anteriormente a estas obras ya instaló un brazo de un muerto momificado en una muestra de arte, al que tituló “Pocket Theology”. La mano pendía del techo de la sala, sosteniendo una soga que recorría toda la instalación.
Lo curioso es que las fotografías de Zhu- Yu devorando al pequeño circularon por Internet causando gran alarma, pues iban acompañadas de un comunicado que denunciaba la costumbre de comer fetos en algunas regiones de China, que los consideraban una auténtica “delicatessen” , y además, aseguraba que incluso en algunos restaurantes se servían estos “manjares” para deleite de los comensales. Este rumor generó una actitud de repulsa y vergüenza a nivel internacional, suerte que el gobierno chino se manifestó a tiempo, desmintiendo radicalmente las graves acusaciones. Tal fue la indignación provocada por este altercado que el Ministerio de cultura prohibió seriamente las manifestaciones artísticas transgresoras de carácter sangriento, violento o erótico, en especial las que incluyeran la manipulación de animales o humanos, vivos o muertos, amenazando con penas de entre tres y diez años de cárcel a los artistas que osaran incumplir estas normas. No solo el arte de Zhy-yu conmovió y sacudió las conciencias de la sociedad oriental, a la vez que él, otra serie de artistas del llamado “arte corporal chino”, se atrevieron con propuestas igualmente arriesgadas e impactantes. Tal es el caso de la pareja formada por Peng Yu y Sun Yuan. En su pieza “Siamese Twins”, los artistas, mediante una transfusión en directo, bañan de sangre los cuerpos de dos siameses muertos, aludiendo a la irreversibilidad de la muerte y la imposibilidad de resucitar. La obsesión de Peng Yu gira en torno a la creencia de que el cuerpo carece de alma, y en otra de sus acciones, llamada “Oil of human being”, inyecta en el cadáver de un niño lo que ella llama “aceite de humano”, y que no es sino un líquido oleoso que exhudan los cadáveres de la morgue. En otra de sus obras, mostraba una columna untada de grasa humana proviniente de liposucciones. La muestra iba acompañada de fotografías que mostraban el proceso de la liposucción del tejido adiposo, así como la preparación de la grasa para embadurnar la columna. Esta obra se parece sospechosamente a la que ya realizara la artista mejicana Teresa Margolles, “Secreciones sobre el muro”, y en la que también utilizaba la grasa obtenida de clínicas de liposucción. ¿Coincidencia?… Quizá una vez más, y como sucede en el cine, el arte se copia a sí mismo. En estas muestras de arte chino, sobre las que además se tiene muy poca información, no parece quedar muy claro el concepto sobre los que los propios artistas intentan sustentar y justificar su arte, parece más bien que se trate de una moda, importada o autóctona, y no parece que vaya a trascender por lo difícil que resulta profundizar en sus registros y sentidos, de dudosa sinceridad. Parece una especie de competición sensacionalista para ver quien logra causar más impacto en el público con sus acciones,
Fuera de los límites de la cultura oriental , también encontramos manifestaciones extremas que tienen como protagonista el canibalismo, aunque no de una manera tan radical. Tal es el caso de la argelina China Adams, que pidió a través de Internet un “donante de carne humana” para una performance, consiguiendo la donación de un trozo de muslo, que cocinó con aceite y ajo y devoró ante una perpleja audiencia. Ya en 1999, la artista permaneció nueve días alimentándose exclusivamente de sangre, proviniente de voluntarios, en una obra que tituló “Blood Comsuption”. El francés Michel Journiac hizo un pastel con su propia sangre (infectada con el virus del SIDA) y lo dio a comer al público que asistió a su acción “Messe pour un corps”.Ron Athey hizo algo similar en una de sus performances, lanzando al público papeles manchados de su propia sangre, también infectada, provocando la estampida del público, aterrorizado ante la posibilidad de contagio.
Los cristianos comulgamos simbólicamente con la sangre y el cuerpo de Cristo, ya adoptamos este ritual como una manera de poseer su espíritu dentro de nosotros. En muchas culturas primitivas, la ingesta de carne humana no supone ningún peligro ni se la considera una práctica amoral. A veces la antropofagia surge cuando la escasez de alimentos la requiere, pero otras veces, el consumo de carne humana alude aritos religiosos o de carácter iniciático. En muchas tribus, devorar el corazón y el cerebro u otras vísceras del enemigo suponía un triunfo para los ganadores, que de esa manera se apoderaban de su energía y su valor.
Otras veces la sangre del fallecido es ingerida, en pequeñas proporciones, por los propios miembros de la familia o tribu, para que de esta manera la carne vieja viva en la carne joven. En los testículos y el pene residía la esencia y la fuerza varonil, mientras que en el cerebro se posaba la sabiduría, y en el corazón y la sangre, el espíritu y el coraje. Esta atracción primitiva por el consumo de la carne humana tiene su significación en las relaciones de poder, en la consumación de la muerte y la perduración de ésta en el cuerpo y en la vida del que la come. Ñam ñam…
En algunas regiones como Papua pervive el canibalismo, donde forma parte de un ritual sagrado que perpetua la vida y recicla la esencia espiritual del muerto en el clan. No ingieren grandes cantidades, sino que lo hacen con pequeñísimas porciones, de una manera simbólica, y además, sienten repugnancia al hacerlo. Las mujeres prueban la grasa del estómago, donde se cree que reside la esencia femenina, y la familia masculina del muerto saborea trozos de los testículos, donde se halla la energía viril. Pero estas manifestaciones arcaicas tienen mayoritariamente connotaciones de carácter ritual y religioso, algo que trasladado a nuestros días carece de sentido, o por lo menos, lo modifica en gran parte. Goya representó a Saturno devorando a su hijo Cronos en una de sus pinturas más oscuras, y Jonathan Swift proponía en su manifiesto “Una modesta proposición”, alimentar a los niños hasta la edad de un año para venderlos como rico alimento. Sostenía que era una inteligente solución al problema de la mendicidad infantil, en una época en la que las familias numerosas no podían permitirse el lujo de alimentar a todos sus retoños, obligándoles a pedir limosna y a robar en las pequeñas tiendas. Vender a los niños a esa edad, cuando están mss deliciosos y tiernos porque solo se han alimentado de leche materna, supondría una gran alivio económico para las familias irlandesas.
La oralidad, la nutrición y el canibalismo está íntimamente ligado a la sexualidad. Basta con recordar expresiones tan habituales y supuestamente inocentes como “está tan buena que me la comería…”, o la canción que popularizaron las Azúcar Moreno “Devórame otra vez…,devórame otra vez…”. De hecho el ritual amatorio empieza con la seducción de las palabras, después con el roce de los labios, de las bocas, mientras los besos y los lametones van ganando intensidad hasta llegar a los dientes. Alguien dijo que un beso no es más que un mordisco que aprendió educación. El ansia de los amantes por “devorarse”, para poseerse el uno al otro en un acto lujurioso y caníbal que parece tener más de sacrificial que de lúdico, tiene su clave en el carácter violento y transgresor del acto sexual en sí mismo, un acto que nos acerca al abismo de la muerte y nos conduce a la disolución, como ya enunciaría Bataille.
Es fácil incluso encontrar referencias al canibalismo en los cuentos de hadas. El lobo, que en versiones como la de Perrault es una metáfora picante, devora a Caperucita Roja después de meterse en la cama con ella… “Abuelita, abuelita, que dientes tan grandes tienes…-¡Para comerte mejor! –contesta el lobo, zampándosela de un bocado. En una versión más grotesca de este relato, titulado “El cuento de la abuela”, el lobo llega antes que la niña y mata a la abuela, pero en vez de comérsela pica su carne y guarda la sangre en una botella. Al llegar Caperucita, hambrienta y sedienta, se dirige a la alacena, come la carne de su abuelita y bebe su sangre. En un aspecto simbólico, este acto representaría el renacimiento de la carne vieja en la carne nueva, la continuidad de los genes de nuestros ancestros, sangre de nuestra sangre. La bruja de “Hansel y Gretel” los seduce con su casita de chocolate y mazapán y los ceba con la intención de comérselos, aunque aquí no encontramos metáfora sexual, si no que alimenta más bien la creencia medieval en las brujas, mujeres que vivían solas, tenían conocimientos de hechicería y devoraban a los niños. En periodos de hambruna, no era raro que desaparecieran niños o jóvenes cuya carne era luego devorada y vendida en el mercado negro, no por las brujas, sino por los ciudadanos famélicos.
Fritz Haarmann, el carnicero de Hannover, un conocido psicópata del siglo XX, engañaba a jóvenes chaperos con la intención de asesinarlos para comer y vender sus trozos en la carnicería que regentaba. Los cuentos de hadas están poblados de ogros y brujas antropófagas, que se comen a los niños o a las princesas. La madrastra de Blancanieves la destierra a un bosque y envía a un cazador para que la mate y le traiga el corazón para comérselo y poseer su belleza. La tradición popular recoge numerosos mitos acerca de este fenómeno y alude a él en numerosas manifestaciones. Los cuentos hablan de nuestras emociones más profundas, son un espejo de nuestras preocupaciones y nuestros miedos ancestrales, de nuestras obsesiones y deseos, y bajo su barniz infantil nos muestran las verdades más esenciales del espíritu humano. Esto es algo que ya señaló Bruno Bettelheim en su libro “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, donde resaltaba el profundo significado que subyace en estos relatos, haciendo especial hincapié en el revelador aspecto sexual de los mismos, como ya haría el psicoanálisis, siguiendo la tradición de Freud.
Pero volviendo a las manifestaciones artísticas de vanguardia, la antropofagia carece de sentido, en el aspecto en que no es necesaria pues no nos apremia la escasez de alimentos. El canibalismo de carácter ritual e iniciático tampoco parece adquirir su significancia en estos actos, despojados de toda devoción religiosa. Más bien atendemos a una necesidad de volver la mirada hacia nuestro propio cuerpo y sus necesidades y urgencias. También nos encontramos ante una mera y simple acción transgresora, la ruptura de un tabú que culmina, no en la representación, sino en el acto mismo del canibalismo. Zhu-Yu proponía algo más que un juego, llamando la atención sobre ese posible hueco de la legalidad y la moralidad hacia la ingesta de carne humana. La chuleta de muslo de China Adams llamaba de alguna manera la atención hacia el mismo punto. Somos dueños de nuestros propios cuerpos, y nadie nos puede prohibir la donación voluntaria de parte de nuestro cuerpo con una finalidad gastronómica, si las dos partes están de acuerdo. El pastel de sangre de Michel Journiac quizá si aludía a la comunión en un sentido más estricto. Como diría Jesucristo: “bebed todos de mi sangre que yo viviré en vosotros”. Claro que Journiac no es Jesucristo, es un enfermo de SIDA, y el terror a la enfermedad, al contagio y a la sangre infectada seguro que a más de uno le impidió disfrutar de la tarta, aunque el fuego y la cocción mata los virus y las bacterias contagiosas que pueden habitar en la sangre. Cuando China Adams se mantuvo durante nueve días alimentándose con la sangre de los donantes, se convirtió en una versión moderna del mito de la mujer vampiro, que se alimenta de la sangre y la semilla del hombre para arrebatarle su fuerza y prolongar su belleza y juventud. El mito de la mujer bebedora de sangre perdura en nuestros años. Antes se creía que la mujer necesitaba de este preciado cáliz para reponerse de las pérdidas menstruales, y era habitual en ciertos enfermos, como los anémicos o los tísicos, el consumo de sangre, que bebían directamente de los animales en los mataderos. Pero el mito del vampiro tiene más de superstición que de hecho científico, si bien es cierto que existe un trastorno psiquiátrico denominado hematofilia, en las que los afectados sienten una gran obsesión, casi siempre de carácter sexual, por la sangre, llegando a autolesionarse o agredir y asesinar a otras personas para la consecución de su placer. En Kassel, Alemania, un hombre se comió a otro al que conoció a través de Internet. Puso un anuncio en el que se declaraba abiertamente caníbal y deseoso de cumplir su sueño de degustar la carne humana, que durante tanto tiempo le había obsesionado. Pretendía contactar con un voluntario con los mismos gustos para reunirse en un lujurioso banquete donde ambos comerían y comoerían partes de sus propios cuerpos. Todo hubiera ido medianamente bien si el inductor no se hubiera excitado de tal manera al ver la sangre que acabó con la vida del otro comensal, del que dió buena cuenta después de muerto. Esto, además de canibalismo, derivó en asesinato y consecuentemente en necrofagia, o sea, el acto de devorar a un cadáver. El canibalismo consentido puede que no esté penado, pero el asesinato sí, por lo que el sádico comilón acabó dando con sus huesos en la cárcel. La historia del crimen ha registrado numerosos casos de asesinos caníbales, casi siempre asesinos de tendencias sádicas que tras torturar, violar y acabar con la vida de las víctimas, devoran partes de su cadáver en un macabro ritual necrófago. En la mayoría de las ocasiones para obtener gratificación sexual, pues el canibalismo patológico está íntimamente ligado a la necrofilia, y otras veces, para retener la esencia y la fuerza de sus víctimas en sus propios cuerpos. Asesinos como Jeffrey Dahmer, que mostraba preferencia por los homosexuales, Dennis Nilsen ,que convertía el ritual en un acto de amor, Ted Bundy, el payaso asesino, Andrei Chikatilo y muchos más que engrosarían la lista. De cosecha propia tenemos a los españolísimos Manuel Blanco Romasanta, (“el hombre lobo gallego”), que mataba a golpes a sus víctimas en la soledad de los bosques para luego despedazarlas y comerlas, y a Enriqueta Martí Ripoll (“la vampira de Barcelona”), que secuestraba a niños de tierna edad para beber su sangre, vendiéndola junto a algunos de sus en el mercado negro, junto ungüentos que hacía con el tuétano de los huesos.
El acto de devorar a otro ser humano tiene un signiicado ambivalente. Por un lado es un impulso de amor incontrolado, por otro lado es un acto de aniquilación radical y de asimilación de un poder extremos. Entre los animales es algo muy común. Alimentarse de un congénere recién fallecido les asegura la supervivencia con la asimilación de proteínas y nutrientes básicos, evitando además que otros depredadores den buena cuenta de ellos. Muchas madres devoran a sus crías más débiles como síntoma de un déficit vitamínico y nutricional o por que no se ven capaces de alimentar a tantas bocas. Solo los más fuertes sobreviven, eso es ley de vida.
No somos animales, está claro, y nuestras neveras y supermercados nos ofrecen alternativas infinitamente más sabrosas y sugerentes que la carne humana, pero la atracción que ejerce sobre nosotros el canibalismo no se puede poner en duda. Exceso, posesión, renacimiento, amor, fuerza, lujuria, muerte, redención, devoción, poder, deseo, repugnancia, aversión… Los sentimientos y sensaciones que nos evocan este último acto sacrificial son múltiples, contradictorias y en ocasiones complementarias. Comer, beber, amar… El sexo, la muerte y la gastronomía han ido de la mano gracias también a la magia del cine, y no solo en sus manifestaciones màs salvajes y evidentes como las que nos muestra una y otra vez el cine de terror, sino de una manera más refinada, en un plano mucho más psíquico e intelectual, dejando traslucir una poesía poco habitual en el tratamiento del canibalismo. Hablamos de directores como Peter Greenaway, cuya obra cinematográfica está poblada de sugerentes alusiones a la carne y al deseo de devorar y ser devorado, mezclando el arte con la escatología como en “El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante”, o “El bebé de Macón”.
Jorg Büttgereit nos mostraba en “Necromantic”(1987)y “Necromantic II”(1991) la pasión necrofílica desbordante de una joven, obsesionada por copular con cadáveres. En una escena maestra de la película, la protagonista corta la cabeza de su joven novio en el momento del éxtasis, inundándolo todo de sangre y alcanzando ella de este modo su grado máximo de placer. Las mantis religiosas, después de ser inseminadas, arrancan la cabeza del macho y la devoran en un último y cruento acto de amor, donde el acto sexual se convierte en un ritual sacrificial donde la hembra se erige triunfante y vencedora en ese pulso entre la vida y la muerte.
La historia del arte, y del cine, está poblada de imágenes de mujeres castradoras, como Judith o Salomé (especialmente la versión literaria de Oscar Wilde), que provocó la decapitación de San Juan Bautista al negarse éste a satisfacer sus deseos lascivos, su demanda de amor, amor caníbal, pues al acabar la escena, cuando le entregan la cabeza del santo ya inerte en una bandeja de plata, Salomé la besa, la besa ardientemente como si deseara devorarla para poseerlo eternamente.
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5 comentarios:

tangaranho dijo...

...francamente interessante este post, e nom menos interessante o blog, em geral. Voltarei.

Diablo dijo...

El alemán este que se comió al amigo también era un artista, sólo que un poco más rebelde, no se conformó con un trozo de muslo o con u feto. Eh???

drama queen dijo...

Interesante post, no sabia tanto del tema, me parece curioso. Yo no tengo una opinion muy vehemente sobre esto, pq ya he dicho que carezco de informacion... pero asi vagamente no me parece mal que la gente se coma a otras personas siempre y cuando esten ya muertas y no haya que matarlas espexificamente para ingerirlas.


Entre otras muchas afirmaciones me gusto especialmente esa de "un beso es un mordisco que aprendió educacion"

un beso

Anónimo dijo...

De Enriqueta Martí se han escrito tres libros:
"Los diarios de Enriqueta Martí" de Pierrot, "El misterio de la calle poniente" de Fernando Gómez y "la mala dona" de Marc Pastor.

Rhye Orange dijo...

delicioso...