domingo, enero 09, 2005

Escatología y belleza: vaginas dentadas y otras heridas del alma


Ilustración de Christiane Cegavski

Las operaciones de cirugía estética facial que Orlan llevó a cabo en sus quirófanos teatrales para adquirir rasgos peculiares pertenecientes a bellezas del arte clásico como “La Mona Lisa” de Da Vinci o la Venus de Botticelli, entre otros referentes, convirtieron su cuerpo, sus sanguinolencias y sus cicatrices en un vehículo artístico hacia la búsqueda de la belleza perfecta, experimentando sobre su propio cuerpo, verdugo de sí mismo y víctima de los excesos quirúrgicos, despojándolo de toda identidad en pos de un “patchwork” ideal que ensalzaba, a la vez que ridiculizaba, los excesos narcisistas de nuestra cultura de la imagen, que conduce la idolatría de la juventud y la belleza hasta límites demenciales.
Las pinturas oxidadas de Andy Warhol, realizadas con orina y pigmentos metálicos, y los frascos de “Merda d´artista”de Piero Manzoni nos acercan a ese “horror de los excrementos” que enunciaba Bataille, convencido de que estos nos producían tal temor y rechazo que éramos incapaces de hablar de ellos. Duchamp ya levantó ampollas con su fuente-urinario, y Dalí y Miró también aludieron al tema en sus respectivos cuadros “El juego lúgubre”, y “Hombre y mujer ante una pila de excrementos”. Claro está, que de insinuarlos y representarlos a utilizarlos directamente media un abismo.
Kim Jones sacó un tarro de mayonesa lleno de sus heces, se embadurnó y abrazó al público, provocando un auténtico escándalo. Cuando algo se sale de su espacio orgánico: boca, ano, pene o vagina, se convierte en abyecto, en sucio, todo lo que es expelido por el cuerpo es considerado materia de deshecho, y cuando es trasladado al terreno de lo social y lo cultural se transforma en repugnante y de inmediato adquiere otro significado. Lo abyecto conecta con las tres fases del proceso constitutivo: oral, anal y genital, y en cuanto alguna de estas manifestaciones sobrepasa el límite de lo íntimo se vuelve amenazador, irreverente y vergonzoso.
A todos nos ruboriza y perturba que nos observen mientras defecamos u orinamos, mientras copulamos, mientras vomitamos…Ruidos que emiten nuestros agujeros expeledores, como eructos o ventosidades, son considerados ofensivos, repugnantes y de mala educación, aunque en ocasiones se trata de una cuestión cultural, pues por ejemplo en la tradición musulmana el eructar después de un banquete es una manera de agradecer la comida. En algunas poblaciones arcaicas incluso se esconden para comer, pero estas pequeñas variaciones no implican que el temor y el rechazo a lo abyecto y lo asqueroso deje de ser un fenómeno universal.
Kant lo explicaba así en su “Crítica del juicio”: Solo una clase de fealdad no puede ser representada conforme a la naturaleza sin echar por tierra toda satisfacción estética, por lo tanto, toda belleza artística, y es, a saber, la que despierta asco”. Pero como ya decíamos antes, lo inmundo, lo asqueroso, es inseparable de lo humano. La realidad es cruel, y el arte refleja esa realidad, mostrándonos la herida infligida por el mundo, evocándonos esa canción de Joan Báez que rezaba así:“Llegó con tres heridas, la de la vida, la del amor, la de la muerte…”. Todos nacemos de esa gran pero pequeña herida que es la vagina de una madre, una llaga sangrienta que se desgarra llorando lágrimas de sangre y líquido amniótico para darnos la vida entre coágulos y otras secreciones. Existe un estrecho vínculo entre violencia y erotismo, entre la sexualidad y la muerte (Eros y Tánatos), entre el placer y el dolor y entre nutrición y sexualidad, que muchos artistas, poetas, escritores y filósofos como Georges Bataille y Baudelaire, en un modo más trágico, se han esforzado en resaltar. El poema de Eduardo Galeano,”La pequeña muerte”, nos resume en unas líneas la delicada frontera que existe entre lo abyecto y lo sublime, entre el goce y el sufrimiento, la vida y la muerte, pues no debemos olvidar que el sexo es la fuerza poderosa que hace girar al mundo, pero aquello mismo que crea, inevitablemente, también acaba destruyéndolo al final del viaje. Ese es el destino humano. “No nos da miedo el amor cuando llega a lo más hondo de su viaje, a lo más alto de sus vuelo: en lo más hondo, en lo más alto, nos arranca gemidos, gemidos del dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien no tiene nada de raro porque nacer es una alegría que duele. “Petit morte”, llaman en Francia a la culminación del abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muerte, la llaman, pero grande, muy grande ha de ser si matándonos nos nace.!"

1 comentario:

ana elena pena dijo...

Tienes razón, la compuso Miguel Hernández, pero también la canta Joan Báez y es la versión que más me gusta, jejeje ;.)