martes, mayo 24, 2005

El sadismo escatológico de la Pandilla Basura

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Los cromos de “La pandilla Basura”(Garbage Pail Kids) dibujados por John Pound que hicieron furor entre los niños en los años ochenta eran en realidad una parodia a lo bestia de los anodinos y cursis “Cabbage Patch Kids”, aquí en España más conocidos como “muñecos repollo”. Los muñecos repollo iban personalizados, en cajas decoradas profusamente con gran alarde de perifollo, que incluía una partida de nacimiento (falsa, ¿alguien lo dudaba?) y algunos datos personales sobre el muñeco/a en cuestión. Había una gran variedad: rubios, pelirrojos, morenos, calvos, y eran tan políticamente correctos que los había de todas las razas.
Se pusieron muy de moda especialmente entre las niñas pijas de entre 8 y 13 años, a pesar de que eran microcéfalos y tenían la boca hundida hacia dentro como si les hubieran robado la dentadura postiza. Amados y odiados a partes iguales,tanto era el desasosiego que causaron estos repelentes muñecos que alguien tuvo la maravillosa idea de imaginar unos replicantes que superaron el éxito y la fama de los ñoños niños repollo.
Así fue como los cromos de “La pandilla basura”, tan subversivos como repulsivos, llenaron los álbumes de los niños de los ochenta, muy a pesar de los escandalizados padres que siempre manifestaron gran rechazo y aversión ante la brutalidad que mostraban algunos cromos. Escatológicos hasta rozar lo vomitivo, y sádicos hasta rayar lo enfermizo, los cromos ilustraban a modo de chiste con nombres rimados a niños automutilándose, sacándose los mocos, siendo víctimas de desgraciados y salvajes accidentes o mostrando horrendas malformaciones físicas.
Por poner algún ejemplo,Candelilla Cocinilla mostraba a una niña vomitando estrepitosamente sobre una olla, Grapitas Merceditas se destroza la piel con la grapadora, Batidora Isidora se bate su propia cabeza mientras los sesos caen desparramados por el suelo… y así podríamos enumerar cientos de niños suicidas y sadomasoquistas que encuentran gran diversión en provocarse graves mutilaciones de la manera más inocente, presentando la muerte como un macabro juego.
Fue tal el éxito que cosecharon estos freaks que se llegó a hacer una película basada en estos cromos, “La pandilla basura”(Rodney Amateau,1987). En España no llegó a estrenarse en cine, y pasó directamente a video, para regocijo de muchos y espeluzne de otros, y con el agravante de que era interpretada por enanos y hería la dignidad del colectivo.. .
Las quejas de los padres se sucedían, con la excusa de que los niños podían imitar jugando ciertas conductas destructivas, los cromos fueron retirados al llegar a la segunda serie y fueron muy pocos los que consiguieron completar el álbum debido a la expresa prohibición paterna.
Ahora nos llega la moda de “Los pestuncios”, y la queja de los mayores no se ha hecho esperar. Los pestuncios son unos muñecos deliberadamente feos herederos directos de la pandilla basurilla, y cuya gracia consiste en el espantoso hedor que desprenden. Luis Pesteapís huele a orines, y sus amigos tampoco se quedan cortos en lo que a poder odorífero se refiere, los hay que huelen a coliflor, a pedo, a basura, a caca, a queso revenido, huevo podrido y así un largo etcétera. Pero a los niños les sique fascinando este tipo de juguetes escatológicos, ya que tienen una relación muy natural con lo fecal y con sus propios olores corporales.

Los niños masacrados de Edward Gorey y Tim Burton
Aunque los cromos de la infame pandilla supusieron un boom comercial, lo cierto es que no fueron los pioneros en lo que ya casi supone un género, la de los niños sometidos a muertes absurdas o terroríficas. Los niños, como parte frágil de la sociedad, y debido a su insaciable curiosidad (ya se sabe que la curiosidad mató al gato), con frecuencia están expuestos a graves peligros. Ya se sabe que cuando estamos a cargo de los pequeños hay que vigilar que no se acerquen a los enchufes, que no ingieran productos tóxicos (“mantener alejado de la vista de los niños”), que no se quemen con el radiador o se corten los deditos con el ventilador….y así un largo etcétera de precauciones que hay que tomar para evitar accidentes caseros que pueden acarrear ciertas desgracias, e incluso, concluir con la muerte.
Aún así, la lista de muertes por accidente es bastante larga,en verano sobre todo muchos niños se ahogan en las piscinas en un descuido de los padres, se lesionan o electrocutan en los aparatos de la feria, se caen por la ventana o por los balcones, son atropellados por coches al cruzar la acera como gatitos atolondrados y sin mirar los semáforos, se mutilan con herramientas, se intoxican con productos de limpieza o se ahogan con objetos pequeños que se introducen en la boca.
Las muertes de los niños de Edward Gorey (“The Gashleycrumb Tinies), son completamente aleatorias, no obedecen a ningún castigo. Así, en un macabro abecedario que va de la A a la Z, las muertes de los pequeños se van sucediendo una tras otra (la B de Basil que fue atacado por osos…). Gorey se burla de la muerte, que en ocasiones adquiere un barniz de irrisoria tragedia. Su extraordinaria capacidad para extraer los elementos macabros en cualquier contexto le han convertido sin duda en un autor de culto. Murió en el año 2.000, pero su obra ha dejado una honda impronta en autores como Alex Fito, autor de la serie de tiras cómicas Raspa Kids, un mundo habitado por niños muertos cuyas siniestras travesuras hacen las delicias de los estómagos más fuertes, y como no, Tim Burton, cuya obra “La melancólica muerte del chico ostra”, estaba inspirada en el “Alphagorey” de Edward Gorey.
El chico Ostra no está solo en esta pequeña delicatessen literaria de Burton, junto a él, desfilan otros niños bizarros, extravagantes, inquietantes y solitarios, estigmatizados por algún defecto físico o mutación que les hace ser diferentes, y por lo tanto, monstruos. Niños raros como Ojos de Clavo, la chica Vudú, el niño Mancha o el chico Tóxico.
Cada historia narra con unas sencillas rimas la vida desgraciada de estos pequeños infelices, vida que en ocasiones desemboca en una muerte ridícula y cruel, aunque dotada de cierta ironía y no exenta de cierta poesía, macabra, por supuesto.
De un tiempo a esta parte, los niños que vuelven del más allá han demostrado ejercer un poderoso encanto especialmente en ciertos colectivos y a un nivel más underground, sobre todo en la cultura gótica. Niñas muertas que juegan con esqueletos, como Lenor y los Spooky Kids, de Roman Dirge,o la extensa colección de criaturas difuntas de la serie “Living Dead Dolls”, muñequit@s siniestr@s que reposan en ataúdes, ataviados y maquillados de diversas y sorprendentes maneras, y acompañados de un certificado de defunción que incluye un informe de las causas de la muerte. Vampiras, zombies, payasos malignos, princesas chupasangres, y así un largo etcétera,…un auténtico ejercicio de malicia, sarcasmo e imaginación al servicio del lado oscuro. Una prueba “viviente” de que lo mejor que podemos hacer para evadirnos de la pesadumbre y el horror que nos provoca pensar en la muerte es frivolizarla y aceptar nuestra condición de mortales con sentido del humor. O no.

lunes, mayo 23, 2005

¿Quién puede matar a un niño?

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Infantes monstruosos. Las semillas de la maldad
Los niños son de por sí traviesos, caprichosos, anárquicos, dotados de un especial sentido de la subversión y con un especial afán por transgredir las normas fijadas por los adultos. Para un niño todo es nuevo, y la curiosidad natural, espontánea e insaciable forma parte de una fase de aprendizaje de una importancia vital para el desarrollo sano y correcto del individuo. Con frecuencia realidad y fantasía se superponen en la niñez, y la crueldad que deriva de su falta de sentido moral no debería crear alarma…hasta cierto punto. Los niños son conscientes de la subordinación a la que están sujetos, y a menudo descargan sus deseos de dominación con compañeros más débiles o con los animales de compañía.
Pero lo que debería ser un inocente juego de roles a veces puede desencadenar la tragedia. Los niños aprenden observando, y sus modelos son, principalmente, sus padres. El niño que aprende en casa que la mejor manera de dirimir disputas es mediante el uso de la violencia, adquirirá ciertas pautas comportamentales que le llevarán a tomar actitudes agresivas frente a los conflictos sociales en vez de utilizar el diálogo, o simplemente, detenerse a reflexionar antes de levantar el puño. Estos pequeños individuos conflitctivos con frecuencia maltratan animales, y el abuso de las mascotas supone un claro indicador de personalidad violenta, y con frecuencia estos niños acaban mutando en adultos disruptivos y agresivos.
El sadismo infantil es contemplado con especial estupor y animadversión. La visión mitificada que poseemos de la infancia como la de una edad dorada alejada de las maldades y maquinaciones de la etapa adulta contribuye a forjar un mito que no deja de ser una invención de tintes rousseaunianos que tiene su base en la nostalgia.
Porque la infancia no es precisamente un periodo feliz, aunque intentemos recordarla de este modo. La infancia está caracterizada por el miedo espontáneo, un miedo a casi todo,a la oscuridad, al abandono, a los monstruos, a lo extraño, y en definitiva, a lo desconocido.
Eso parecemos olvidarlo con frecuencia, y recordamos sin embargo las largas tardes de juego, la ausencia de responsabilidades, los mimos y caramelos, y esa sensación de magia y sobrenaturalidad que lo empapaba todo, en un mundo donde la existencia de las hadas, los gnomos, los reyes magos y el ratoncito Pérez era cuanto menos verosímil.
Esa idealización de la infancia obedece a un ánimo romántico inducido por la nostalgia, pero lo que no podemos obviar es el cariño y el respeto que profesamos a los niños. La ruptura de los tabúes que rodean a la infancia convierte el acto transgresivo en una auténtica aberración. Nos desagrada especialmente observar conductas violentas de los mayores hacia los niños, pero sin embargo, no hay nada tan perturbador como observar una conducta maligna en un menor. Consideramos a los niños como seres puros, carentes de maldad, preocupados solo por el juego y por satisfacer sus necesidades más primarias. Pero cuando un pequeño muestra conductas clara y sofisticadamente maquiavélicas no podemos evitar un escalofrío estremecedor.
Pequeños psicópatas
Según San Agustín, la inocencia del niño es antes producto de de la debilidad de su cuerpo que de sus verdaderas intenciones. Imaginemos un bebé de dos años de diez metros de altura, lo más probable es que en un berrinche nos agarre de los pelos y nos lance al suelo, nos aplaste, nos abra las vísceras para investigar que tenemos por dentro y se lleve nuestros miembros cercenados a la boca para aliviar el picor que le produce la salida de los dientes de leche. Un bebé gigante es un monstruo peligroso, tan destructivo como un Godzilla.
Los niños con frecuencia albergan impulsos agresivos hacia sus padres o profesores, lo cual no tiene porqué derivar necesariamente en un asesinato o un acto violento.
El cine de terror , el escenario más representativo de nuestros miedos más arraigados, nos ha regalado perturbadores e ilustrativos ejemplos de la maldad infantil.
Muchos de nosotros recordaremos el gran estupor que causó en su época la osada película de Chicho Ibáñez Serrador,”¿Quién puede matar a un niño?”(1976), en la que una pareja de turistas arriba a un siniestro pueblo habitado donde los adultos han sido asesinados por los niños, telépatas presos de una fuerza maléfica que les lleva a derramar la sangre de sus mayores utilizando como cebo sus llantos, risas y gemidos infantiles. Es especialmente espeluznante la escena en que el chico descubre a los pequeños jugando a la cucaña con un cuerpo degollado colgado del techo y una hoz. Pero lo que más indignó a la crítica es la escena que se desarrolla hacia el final de la película, cuando se lían a tiros con los niños en un acto desesperado por salvarse y escapar de la isla.
Lo alarmante es que las páginas de sucesos cada vez con mayor frecuencia tienen como protagonistas a menores. El caso de los niños de Liverpool, de nueve y diez años respectivamente, que secuestraron a otro niño más pequeño aprovechando un descuido de su madre para torturarle y arrojarle a un tren emulando escenas de “Chucky: el muñeco diabólico”, todavía nos revuelve las entrañas al recordarlo. Por no hablar de los tiroteos en los colegios a manos de adolescentes frustrados que se suceden en Estados Unidos, los asesinatos lúdicos con armas de fuego,y los capítulos cada vez más violentos de intimidación escolar,etc…Para llegar a la raíz del problema es necesario analizar el cúmulo de factores tanto biológicos como sociales y culturales que propician estas conductas malignas desde la más tierna infancia.
La muerte o el asesinato de un niño no suele ser mostrada de manera gráfica en el mundo del cine y la televisión especialmente, y por extensión al resto de manifestaciones artísticas debido a ciertas convenciones éticas. El cine, al ser más popular y estar sujeto a cierto tipo de subvenciones, tiene una mayor regulación, y la censura siempre se encarga de eliminar estos detalles molestos y perniciosos para la salud moral del consumidor. Sin embargo, otras disciplinas artísticas gozan de mayor permisividad(aunque no siempre), como por ejemplo el cómic o la ilustración, lo cual veremos más adelante y con ejemplos concretos.
Otras películas donde la extrema crueldad de los niños es la protagonista son “Los chicos del maiz”(Michael Gornick,1984), “El buen hijo”(Joseph Ruben,1993),”La aldea de los malditos”, y “Cromosoma 3”(1979), de David Cronenberg, donde una madre neurótica somatiza su odio a través de embarazos ectópicos que degeneran en criaturas malignas encargadas de vengar a la madre descargando todo su odio sobre las personas causantes de su agravio.
Las simientes del pecado
Bebés deformes y sanguinarios como el de “Braindead”(Peter Jackson)y“Estoy vivo!”(Larry Cohen,1973), con largos colmillos y garras afiladas expresan también nuestro miedo ancestral al monstruo, a la criatura abyecta y al embarazo demoniaco.
El bebé que se transforma en gorrinillo en “Alicia a través del espejo”, de Lewis Carroll, causa gran susto a la niña, aunque no hasta el punto de aterrorizarla, al fin y al cabo la analogía establecida entre los bebés y los cerditos es ciertamente simpática, ambos son rosaditos, se hacen sus necesidades encima y emiten agudos y extraños sonidos guturales.
Antiguamente, aunque no hace tanto, se creía que estas aberraciones de la naturaleza eran fruto del pecado, y su existencia obedecía a un castigo divino. Así, los bebés que nacían tarados o con alguna malformación física eran automáticamente ahogados, enclaustrados como algo ominoso y en sótanos oscuros alejados de la vista de los mortales, como si se tratara de un secreto vergonzoso. Algunos eran recluidos en instituciones como “La piccola casa de la Providenza”, fundada por José Bernardo Cottolengo, a cuyo nombre se deben los “cottolengos” actuales, casas de piedad donde los niños subnormales o con graves malformaciones son abandonados y cuidados por monjas o asistentes sociales preparados para ello, y que sobreviven y malviven gracias a la caridad del Estado,de los contribuyentes y del voluntariado.

jueves, mayo 12, 2005

Línea caliente

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Más tonterías fruto de horas robadas a la tarde....

domingo, mayo 01, 2005

El pastel del diablo

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"De pronto alzó los ojos al cielo y se dio cuenta de que estaba completamente sola en el mundo, sin más compañía que aquel motorcito invisible que fabricaba imágenes por dentro de su cabeza. Pero lo pensó con orgullo, y de aquella soledad le brotó un chorro de fuerza dolorosa y desconocida.(...). Era una sensación de poder casi diabólico, que la convertía de verdad en la mujer de blanco con la antorcha en la mano. Comprendió que solo ella misma podía darle cuerda a aquel motorcito maravilloso de su cabeza, que de vez en cuando se le paraba, como un gramófono sin cuerda, y le dejaba con el mundo a oscuras. Ahora ya lo sabía; nadie iba a ayudarla a agarrar la manivela, pero tenía toda la vida por delante para aprender a hacerlo.
Y el motorcito era suyo, nadie se lo pensaba robar, no había miedo."
("El pastel del diablo", Carmen Martín Gaite)

Cuando leí este párrafo, tuve que hacerlo dos veces. Quizá me equivoque, pero en la segunda lectura me pareció una metáfora optimista que hacía referencia a la locura, o más bien, a la posibilidad de esquivarla. Cuando habla de aquel "motorcito invisible" que fabrica imágenes, de la "manivela" que nadie iba a ayudarla a agarrar..., pienso en todas aquellas veces que la imaginación se vuelve contra tí y pierdes el control de tus pensamientos, como si sujetaras una sierra eléctrica que no sabes manejar y te acaba cercenando los miembros. La mente es igual de peligrosa, y como rezaba aquel anuncio de coches, "la potencia sin control no sirve de nada". En algunos momentos críticos, cierto es que nadie puede ayudarte a sujetar la manivela, si bien te pueden dar ciertas pautas, eres tú el que decides en última instancia. O no. Los psiquiátricos están llenos de gente que ha claudicado, que ha perdido el control de su manivela y las imágenes ensayan su danza macabra para su tormento, y en fin, tampoco hay que irse tan lejos para verlo, todos hemos perdido en algún momento ese control, y hemos caído presas del autoengaño o la paranoia.
-"tenía toda la vida por delante para aprender a hacerlo"- Curioso..., porque la vida te da experiencia, pero también desgasta. Cuando eres niño te hacen feliz las cosas más sencillas, y sin duda la ingenuidad y la inocencia te hace ver las cosas desde un prisma positivo. Esas armas de autodefensa psicológica ya no sirven cuando te haces mayor. Se vuelven inocuas , imprecisas e inservibles, como pistolas de juguete, y tienes que fabricarte otras, más sofisticadas, si quieres salir indemne de los embistes de la vida.
Antes por lo menos creíamos en Dios, y nos aferrábamos a la idea de que había un ser superior, que en última instancia nos libraría del sufrimiento y acabaría con todos nuestros males, bien sea en la tierra o bien con la promesa de una vida mejor en el otro lado...
Muchos ateos reniegan de su fe con la vehemencia de un amante despechado. En su momento creyeron, para luego despotricar contra todo aquel circo celestial al sentirse estafados, engañados, y jodidos al verse solos, incluso envidiosos y celosos de los que todavía creen y abrazan la fe, tal y cómo se sentiría el marido cornudo viendo a su ex-mujer en brazos de otro. Rabiosos de que otros disfruten lo que él en su día tuvo, y aunque desenamorado, todavía la visión de aquello le resulta obsceno. En el fondo toda esta actitud anti-religiosa oculta muchas veces un deseo oculto de resucitar a Dios, de volver a creer, pero no en ese dios castigador y represor que nos han mostrado tantas veces. Cuando dejas de querer definitivamente a alguien, no te importa a donde vaya, ni con quién, odiar a alguien significaría concederle demasiada importancia...Y si tanta importancia tiene, pues habría que replantearse muchas cosas.
En fin, yo no digo que ni sí ni que no, ni que caiga un chaparrón y se mojen los cristales de la estación, pero los míos no porque son de cartón.
Ya he vuelto a perder el control de la manivela.
Que cada uno se consuele como quiera, o mejor dicho, como pueda.

"Y el motorcito era suyo, nadie se lo podía robar, no había miedo."