martes, febrero 02, 2016

AMIGAS

Éramos dos en la batalla,
peleando a la contra en el mismo bando.
Sometiendo, implacables, a nuestros enemigos de trapo,
jurándonos lealtad.
Las aceras temblaban a nuestro paso
y esquivábamos las balas porque éramos cuatro ojos
evitando el desastre.
¡Tántas veces consolé tu llanto con mis brazos
que aún me saben las manos a sal!
Tantas como veces sujetaste mi pelo
para que vomitara sapos, culebras, licores, sangre y bilis
en esas noches de caza en las que siempre acabábamos cazadas,
por nuestra inconsciencia.
Queríamos huir lejos, muy lejos, donde nadie supiera.
Empezar, ya no de cero, sino de menos cinco. Con ventaja.
Reiniciar.
Éramos dos perfectas mujercitas, tan putas y tan santas,
en ese hogar ficticio que levantábamos en el aire
a modo de castillo,
fortaleza indestructible con foso de cocodrilos hambrientos
y torre desde la que otear cualquier amenaza a lo lejos.
Pero pasó la guerra de los años turbios, la juventud, el tiempo...
Se esfumó la fantasía
y el mundo dio miles de vueltas sobre sí mismo.
Nos distanciamos, gritamos como dos siamesas
a las que desgarran la carne para separarlas...
Pero solo una vez, solo dolió una vez.
Nos acostumbramos,
como todas los niñas que crecen, a llorar en silencio,
a enfermar sin quejas ni mimos
y a cuidar de otros con las manos llenas de amor y de sal.
Tenía que ser así. Los tiempos de paz eran esto.
¡Quién nos lo iba a decir, amiga!
La paz,
hacerse mayor,
era esto.