jueves, diciembre 23, 2004

El sadismo de los cuentos de hadas


Ilustración by Trevor Brown

Si echamos la vista atrás, cuando no había televisión, ni cine, ni existia la play-station, la historias de tradición oral y los cuentos de hadas que formaban parte de la literatura infantil eran adornados con considerables dosis de crueldad. Antes de los hermanos Grimm, la literatura infantil no existía, pero tampoco existían los niños en la manera en que hoy los concebimos. Hace siglos, los niños nacían uno tras otro, las madres parían como conejas, y estos morían con frecuencia a muy temprana edad, siendo casi ignorados hasta que habían demostrado su capacidad de sobrevivir. Una vez hecho, se incorporaban de inmediato a las filas de los adultos.
Los niños aristócratas eran vestidos con corsés,chalecos y pelucas empolvadas, y los niños de las clases bajas, que eran mucho menos resistentes y enfermaban con facilidad, se ponían a trabajar en el campo. Se les casaba tan pronto como les fuera posible, para que cumplieran con el deber de procrear.La Revolución Industrial del siglo XIX trajo grandes cambios. Las fábricas y las vias de tren se extendieron y los pueblos a su vez se transformaron en ciudades. Las masas de población se extendieron del campo a los centros fabriles y así nació la clase media urbana y la nueva familia victoriana. Los niños, en vez de marcharse de casa como aprendices, trabajaban en las fábricas y pasaban más tiempo en el hogar, y también se tenían menos hijos. De esta manera comenzó a nacer la noción de infancia como un periodo definido de la vida humana, con sus propias necesidades y características, el juego, la educación y la instrucción moral. Al principio los libros eran un objeto de lujo y eran caros, pero mas tarde empezaron a circular a precios económicos.
A medida que la clase media crecia, la tasa de alfabetización aumentaba. Se empezaron a publicar las fábulas de Esopo, y más tarde las de los hermanos Grimm. Estos no tenían gran interés en los niños ni en sus libros, pues eran académicos preocupados por el lenguaje y el folclore y la preservación del patrimonio cultural, pero encontraron el mercado infantil más lucrativo. Las referencias al sexo, al incesto y al embarazo fueron expurgadas, pero se mantuvieron sin embargo la violencia de los relatos, cuya función principal era hacer más dramática la lucha entre el bien y el mal. El objetivo principal era enseñar moral y buenas costumbres a los niños y promover ciertos valores familiares, como la primacía del padre en el hogar, la disciplina, la obediencia y la piedad.
Por poner un ejemplo, durante años circuló un truculento relato sobre una niña que se comía a su abuela. En el camino hacia casa de esta, la niña se encuentra con un hombre lobo, que al enterarse de su destino, la engaña y la hace avanzar por el camino más largo, el de las agujas, mientras él toma el más corto, el de los alfileres. El avispado lobo llega antes, mata a la anciana, pica su carne,mete la sangre en una botella y se introduce en la cama. Cuando llega la pequeña, hambrienta y sedienta, el lobo la incita a beber la sangre y comer la carne de su abuela, metiéndose después en la cama con el malvado. Al descubrir el engaño al que ha sido sometida, finge que quiere defecar y se escapa, soltando el nudo que el lobo le ha atado a la pierna. En otra versión del cuento, la heroína pasa por un río y una puerta y se encuentra con una mujer ogresa que fríe las orejas de la abuela y cocina los dientes. Las versiones que nos han llegado más actualizadas de Caperucita Roja no son tan atroces, pero no dejan de resultar violentas.

1 comentario:

anita dijo...

que interesante