Me gustan los hombres que toman café. Les observo en silencio mientras agitan el sobre de azúcar enérgicamente sobre la taza, le dan vueltas con la cucharilla y lo beben a pequeños sorbos.
Me hipnotizan ciertos rituales cotidianos sin importancia, y soy fetichista de las cosas más sencillas y tontas: como las pecas en la nariz y en las mejillas, o las cicatrices en la frente. Me pierden las bocas pequeñas con dientes blancos y menudos, y el gesto de fruncirlas en un acto de timidez.
He de confesar que me encantan los chicos que, al sonreír, se les achican los ojos y se les ensanchan los pómulos.
Los que se ruborizan, los que no lucen tatuajes ni ornamento alguno, los que no fuman y sólo beben ocasionalmente.
Los que se aburren con los deportes y en cambio disfrutan leyendo incluso en los transportes públicos, ajenos al mundo.
Los que tienen manos delicadas y dedos largos.
Los que son discretos, educados y limpios hasta el escrúpulo, pero nunca vanidosos.
Los que no son ni altos ni bajos, ni feos ni guapos, ni rubios ni morenos, ni gordos ni delgados.
Adoro cuando pronuncian mi nombre en voz baja, casi susurrando (Ana...), cuando se duermen en mis brazos tumbados en el sofá y, en vez de roncar, respiran de manera casi imperceptible, como cervatillos (aunque nunca haya escuchado a ninguno). En esos momentos dejan de ser hombres, son bebés. Es entonces cuando les olisqueo la cabeza y les beso muy flojito y muy despacio, para que no se despierten.
Me gustan los chicos inteligentes, de piel clara, vello escaso y aire despistado. Selectivos, leales, y algo desordenados.
Torpes, pero hábiles.
Tiernos, pero fuertes.
Lunáticos, pero centrados.
Que saben cómo hacerte reir y lo hacen, que saben cómo hacerte llorar (porque conocen tus debilidades) pero se abstienen.
Me encantan los hombres que son chicos y son niños, con la mirada al frente y los pies en la tierra. Y que por las noches, se dejan lamer, besar, arañar, morder y marcar por chicas desbaratadas como yo: con tatuajes, sin pecas en la nariz ni en las mejillas y con la cabeza en las nubes.
¿Sabéis por qué? Porque suele funcionar.
Y además, también me gusta... tomar café.
(Ana Elena Pena)
http://www.youtube.com/watch?v=Hvi4iA3PnKE
http://www.facebook.com/pages/Ana-Elena-Pena/77178033591
(Texto colaboración para el libro "1887 recetas para que el amor perdure", de Cafés la Estrella)
http://www.neo2.es/blog/2013/02/1887-recetas-para-que-el-amor-perdure/
2 comentarios:
De los pensamientos de Marcel cuando moja las magdalenas en el té, surgen más de 10.000 páginas en su inefable obra: "A la recherche du temps perdu". Tu texto me traslada a esas páginas y me gusta.
De los pensamientos de Marcel cuando moja las magdalenas en el té, surgen más de 10.000 páginas en su inefable obra: "A la recherche du temps perdu". Tu texto me traslada a esas páginas y me gusta.
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